viernes, 11 de septiembre de 2009

Abandono.

Relatos de un pintor.

Primer relato
Camino por estas calles que siempre van hablándome en secreto.
Rumoreando trato de seguir el ritmo de ese silencio que me grita. Me golpea. Caigo.
Cierro los ojos. Encuentro otros ojos, son la mirada de una mujer muerta hace años, hace siglos. Dice que mi boca ya no la habla, que mi lengua no logra captar el sabor de su sudor. Dice que sólo mis manos pueden dar color a todas sus palabras corroídas por los años.
Pienso en su rostro. Encuentro otro rostro. Encuentro mi rostro.
Camino por estas calles que siempre van hablándome en secreto, pero siempre van diciendo más y más y más, hasta que siento que escribir ni hablar es suficiente, y sigue ese más hasta que siento que sólo una pincela podría calmar todo.

Y me encuentro. Abandonado en estas calles. Como si fuese ese auto oxidándose en el tiempo, como si el tiempo fuese un viejo auto abandonado, llenándose de polvo y olvido. En el borde, como si estando en el borde me obligaras a venir a tu calido encuentro. Y me encuentro. Abandonado como si navegase a mar abierto sin ti, sin nadie. Inútil. Incompetente. Incapaz. Insuficiente y sin embargo ahí está…abandonado con el color insistiendo, recreándose, viviendo a pesar de que es inútil…y en esa soledad absoluta me invita y caigo también a su lado. Lo observo. Me maravillo. He encontrado el universo. El universo en un secreto abandonado.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Lina creada por Jorge Mardones.





Imagino mi cuerpo sobre la tela. ¿Qué cuerpo? ¿Cuál? El tuyo, el mío, el vuestro. Ya sea el espectáculo del cuerpo o sus secretos, imaginaba mi cuerpo sobre la tela. Figurándolo veía mis huesos coincidiendo extrañamente con el espacio textil, se veía como el carboncillo conjeturaba un nuevo secreto con las hebras de la tela. Y en un momento pensé que los trazos estaban siendo más cuerpo que el que yo misma sentía bajo mis faldas.

Tramada de signos empleaba de una forma natural mi identidad. Este cuerpo pintado era mi cuerpo, cuerpo de carbón, trementina y óleo. Jamás fue mi cuerpo más cuerpo que éste cuerpo, ni nunca me sentí más humana al momento de ir siendo bajo una pincelada. Despojada de vestimenta y llena de luz empezaba el génesis de esta historia. El estallido de la luz en mis piernas daba el comienzo al deseo, a la vida, la muerte y los enigmas de un sentido que iba haciéndose espesor antes de ser palabra, gemido, susurro. Era la seducción de la lucidez, cuando todo es textura, color, sombra y luminosidad.

Hágase la luz y pigmento serás. Mi sentencia bajo tus manos. Bajo aceite que se desliza en la fascinación del color que fluye por mi carne, por lo que soy y que mi finitud no concluye en polvo sino en el óleo. Óleo eres y óleo serás.

Este cuerpo no delata fertilidad alguna, prueba de ello son los huesos. La leche materna es reemplazada por el calcio que dan emergencia a mi esqueleto que como un bebe travieso ya quiere ser dado a luz. Así el hueso de mi hombro es tentado fuertemente por un relámpago de luminosidad, como si se tratara del mismísimo Júpiter seduciendo a una Leda o a la propia Antíope. Mientras tanto en mi espalda desnuda, cae en movimiento mi pelo, como cuando al atardecer el trigo se mece bajo el cielo enrojecido. Nunca fui más fértil que cuando tu mano disemino con un pincel mis bordes. Y mi sombra se erigió como un bloque para que ninguna ontología fuera representada ¿Qué puede verse en la oscuridad? Un lenguaje que sobrepasa un lenguaje. Imagino entonces mi cuerpo.

jueves, 3 de septiembre de 2009

La habitación


Mi pieza se vuelve más pieza cuando cae la noche y el frío entra por la ventana. Parece que las cosas gritaran, que el televisor no sólo acumula polvo sino que dice una palabra. Todos los libros amontonados dejan de atormentarse con una y otra frase, sólo se quedan en silencio y respiran. Y la cama, parece muda e inquita, como si la tomara un ataque; y yo, frágil receptáculo de huesos, me dejo caer a las sábanas que mantienen aún tu aroma de piel mundana que con tanto cuerpo ha caminado. Parezco tocarte y hacerte mío. Parezco respirarte como cuando me abrazo a tu espalda y te amo con ternura.

Es tan grande está pieza que pareciera que el cielo arde en ella. Tu, gota de agua, vienes y refrescas mi voz y te canto, te canto en esta pieza.

jueves, 21 de mayo de 2009

Del por qué mirar




Hace un tiempo atrás, un amigo de forma epistolar me comentaba que nunca había andado por las calles de Brasil, pero que conocía literalmente hasta el perfume que emanaba de ellas gracias a sus lecturas de escritores de la zona. Fue fácil comprenderlo porque desde mucho antes yo también pensaba lo mismo, que no era necesario viajar kilómetros y kilómetros para conocer algo, sino que bastaba leer para salir al mundo y ver una parte de él.

Pero también no hay necesidad de tomar un vuelo o ir por vía terrestre para sentirse maravillado, por ejemplo, las copas de los árboles es algo digno de ver, las hojitas de otoño pendiendo frágilmente de los ramitas, otras en el suelo alzándose. El sol colándose por los árboles de las avenidas, los álamos de una carretera brillando. Las nubes en el cielo ofrecen un espectáculo que a uno le dan ganas de mantenerse ahí sin mayor deseo de algo más. La niebla de la madrugada, los pájaros en pleno vuelo, un rostro asomándose por la ventana, los campos de trigo, maíz, el cielo estrellado, la luna, un caracol en el césped, tu sonrisa de niño malvado, mi cuerpo desnudo reflejado en un gran espejo.

Por eso, miro. Por eso disfruto de algunos edificios, de algunos destellos, porque sé que nunca más nadie podrá verlo. Porque nadie más en todo el universo podrá ver esas nubes que van como plumitas por el cielo. Porque ésta individualidad y soledad es la más exacta felicidad que encuentro; sin ningún sentido ni idea que la dirija. Porque tan desprendida voy, que me siento como una hoja de otoño que se desprende de su mundo, sólo para caer, sólo para llegar a tierra y olvidarse de esa fragilidad que la mantenía atada.

martes, 19 de mayo de 2009

Del por qué ser una pececilla


La mayoría de las personas tratamos de buscar una explicación o justificación a una serie de cosas que van haciendo algo así como un relato de nuestra experiencia. Confieso que entré a la biblioteca con el presentimiento de que algo sucedería. Caminaba entre las salas de lectura como gacela atenta, cuando de pronto lo vi e instantáneamente él alzo los ojos a mi cuerpo. Una sonrisa entonces nos delataba. No era el error del universo, descrito por Duras, pero sin embargo el universo se presentaba en mí siempre como parte de la errancia. El débil armazón de la razón que me sostenía categorialmente como un sujeto pensante, no tenía mucha razón en mis andanzas de señorita burguesa y me convertía literalmente en una mujer de vida alegre. Fue así que le entregue sofisticadamente mi número de contacto y mi dirección de correo.

Entonces, espere.
Espere poco. El tiempo para la jovialidad es insignificante. Entré a su departamento, me recosté encima de la cama, me quite los pantalones, su boca llego a mi boca. Era una decisión tomada desde que lo vi sentado en la biblioteca; la justificación a mi decisión fue porque al verlo recordé ese caminar entre dos tiempos y dos ritmos. Cuando un hombre camina derecha y equilibradamente sé que no llegará muy lejos y lo sé porque creo en la literatura, sé que es una creencia muy siútica, pero desde niña llegué a esa conclusión después de leer a Nietzsche y A. de Saint-Exupéry. Pero él caminaba como si estuviese en la cubierta de un barco en medio de la tempestad, pero sin temer a la profundidad del océano. Estas posturas son de una incontrolable tentación para esta señorita alegre. Y así me encontró sobre su cama; dispuesta, ganosa, abierta a cualquier misterioso deseo que cruzara por su cabeza.

Luego vimos una serie de relatos pornográficos. Uno de ellos llamo nuestra atención. La escena era la siguiente: El imperio romano, Calígula en una gran pileta, rodeado de cuerpos masculinos y femeninos, todos ellos desnudos, a complacencia del emperador. Todos ellos, decía, eran sus pececillos. Entonces nos miramos cual poetas encontrando la palabra perfecta ¡Pececillo! ¡Pececilla!

Fue así del por qué y cómo llegue a transformarme en una Pececilla.