martes, 19 de mayo de 2009

Del por qué ser una pececilla


La mayoría de las personas tratamos de buscar una explicación o justificación a una serie de cosas que van haciendo algo así como un relato de nuestra experiencia. Confieso que entré a la biblioteca con el presentimiento de que algo sucedería. Caminaba entre las salas de lectura como gacela atenta, cuando de pronto lo vi e instantáneamente él alzo los ojos a mi cuerpo. Una sonrisa entonces nos delataba. No era el error del universo, descrito por Duras, pero sin embargo el universo se presentaba en mí siempre como parte de la errancia. El débil armazón de la razón que me sostenía categorialmente como un sujeto pensante, no tenía mucha razón en mis andanzas de señorita burguesa y me convertía literalmente en una mujer de vida alegre. Fue así que le entregue sofisticadamente mi número de contacto y mi dirección de correo.

Entonces, espere.
Espere poco. El tiempo para la jovialidad es insignificante. Entré a su departamento, me recosté encima de la cama, me quite los pantalones, su boca llego a mi boca. Era una decisión tomada desde que lo vi sentado en la biblioteca; la justificación a mi decisión fue porque al verlo recordé ese caminar entre dos tiempos y dos ritmos. Cuando un hombre camina derecha y equilibradamente sé que no llegará muy lejos y lo sé porque creo en la literatura, sé que es una creencia muy siútica, pero desde niña llegué a esa conclusión después de leer a Nietzsche y A. de Saint-Exupéry. Pero él caminaba como si estuviese en la cubierta de un barco en medio de la tempestad, pero sin temer a la profundidad del océano. Estas posturas son de una incontrolable tentación para esta señorita alegre. Y así me encontró sobre su cama; dispuesta, ganosa, abierta a cualquier misterioso deseo que cruzara por su cabeza.

Luego vimos una serie de relatos pornográficos. Uno de ellos llamo nuestra atención. La escena era la siguiente: El imperio romano, Calígula en una gran pileta, rodeado de cuerpos masculinos y femeninos, todos ellos desnudos, a complacencia del emperador. Todos ellos, decía, eran sus pececillos. Entonces nos miramos cual poetas encontrando la palabra perfecta ¡Pececillo! ¡Pececilla!

Fue así del por qué y cómo llegue a transformarme en una Pececilla.

1 comentario:

mauricio dijo...

Que buena descripciòn de aquel evento..ciertamente la condiciòn pececilla es una condiciòn de un ser que resbala, que navega a sus anchas por el profundo ocèano sin temor a los abismos.

Quedò pendiente la reflexiòn sobre la pecera eso si...jj